Hay películas más o menos interesantes, entretenidas, profundas o superficiales. Y luego hay films tramposos. Recuérdame encabeza esa lista. El drama romántico promete ser una cosa, la historia de amor entre Tyler (Robert Pattinson) y Ally (Emilie de Ravin), pero sorpresivamente es varias otras y la sorpresa no es buena.
El film dirigido por Allen Coulter (Hollywoodland) trata más bien de tragedias familiares y amores fraternales utilizados como excusa para explicar el comportamiento de un par de estudiantes universitarios bellos pero tan densos que aburren.
Especialmente el personaje de Pattinson, protagonista de la saga Crepúsculo, que tanto en aquellas películas como en ésta demuestra tener un carisma frente a cámara que supera, por ahora, su capacidad como actor.
Casi todas las escenas tienen al muchacho en estado de morosa reflexión mirando sufriente hacia la nada siempre iluminado para provocar el suspiro de las chicas que lo siguen desde su aparición como Edward Cullen en la película de vampiros.
Aquí, el dolor de Tyler tiene origen en el suicidio de su hermano mayor y en la aparente indiferencia de su padre, interpretado por Pierce Brosnan. En el caso de Ally, el trauma tiene que ver con la violenta muerte de su madre durante un asalto del que ella fue testigo a los 10 años.
Así, con esas mochilas a cuestas en común, los chicos se enamoran durante el verano neoyorquino de 2001. O al menos eso dice el guión, porque en cuanto a lo que se ve la química entre los protagonistas es inexistente. Ese mismo guión se toma mucho tiempo en plantear una situación al estilo Romeo y Julieta entre el muchacho y el padre de su enamorada que luego descarta rápido para ocuparse de otras cosas.
Entre ellas, uno de los puntos más luminosos de esta sombría película: la relación entre Tyler y su hermana menor, Caroline, interpretada con emoción y sensibilidad asombrosa por la joven actriz Ruby Jerins. Es allí donde Pattinson logra mostrar algo más que las poses de modelo publicitario estratégicamente arreglado para parecer que su ropa necesita de un buen lavado.
Siempre con un libro en el bolsillo y su cuaderno de poemas y reflexiones a mano y su empleo en una conocida librería de Nueva York, el personaje es un cliché andante. El contundente final de la película busca impactar al espectador, pero lo que consigue es asestarle un golpe de los más bajos.
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